Historia


“(...) ¿Qué son los Enanos? De ellos puede decirse mucho: un prodigio de inocencia, originalidad e ilusión: puede decirse con Nervo: quien los vio no los puede jamás olvidar. De ellos puede decirse todo, menos decir qué son. Porque no basta describir y decir que hay un premioso paseo de treinta magos cansados, o frailes agobiados, o astrólogos lentos, o romanos tardos, o cardenales torpes, según convengan en aparecer cada lustro: en todo caso se mueven apoyados en lanza, cayado, vara, báculo, rejón, según convengan cada lustro, y cantan cansinos, hasta que el propio cansancio y la impaciencia de la gente los mueve a entrar por una de las dos puertas de una pequeña caseta. En ese instante irrumpe una polca muy rápida y los que van entrando salen por la otra puerta de manera inmediata convertidos en enanos saltarines, ágiles, alegres, prodigiosos y danzan y danzan y danzan y trenzan la magia de la danza que la gente danza mientras los vive…”.

Luis Cobiella Cuevas

Pregón de la Bajada de La Virgen, 2000

Su origen lo encontramos en las fastuosas representaciones primigenias del Corpus Christi. Desde el primer instante en el que las primeras familias de los conquistadores se asentaron en la “Villa del Apurón”-como se conocía a la incipiente capital palmera-, se iniciaron los solemnes cultos al “Cuerpo y la Sangre del Señor”. Se fueron representando las celebraciones intramuros con gran ornato y, ya en el exterior de los templos que se iban edificando, procesiones multitudinarias, sentidos autos sacramentales y graciosas danzas en honor al Santísimo, actos muy aplaudidos por la feligresía.

El Obispo de Canarias don Diego de Deza y Tello ordenó el 19 de agosto de 1558 que en la fiesta de Corpus se iniciara la piadosa costumbre de hacer un teatro en la misma puerta de la iglesia de El Salvador donde se entronizara al Santísimo Sacramento y allí se llevase a cabo dignamente las representaciones, danzas y regocijos en su honor.

Es precisamente en estos importantes actos donde surgen unos “Gigantes” en el siglo XVII, sufragados por el antiguo Cabildo de la Isla (hoy Ayuntamiento capitalino). Junto con esos mascarones gigantes también actuaban “cabezudos y enanos” como se hacía tradicionalmente en algunos pueblos y ciudades peninsulares. Así, por el Siglo de las Luces, aparecieron en las entrañables fiestas palmeras unas figuras regordetas y fachosas que satirizaban a la gente del común y a las personalidades de la época, a las altas instituciones, etc., todo ello envuelto en el más socarrón y exquisito buen humor.

 

El desaparecido historiador palmero Fernández García nos informaba de que “los enanos quedaron como una singularidad en la fiesta lustral de La Palma, a diferencia de los que se llevaban a cabo en la Península, puesto que nuestra danza y las figuras reunen unas características especiales”. Así mismo, los festejos se completaban con unas espectaculares loas marianas y carros alegóricos y triunfales en honor a Nuestra Señora la Virgen de Las Nieves, Patrona de La Palma y de los Palmeros. Existe un antiguo manuscrito de1744 en el que dice ser el “Primer auto mariano”.

Llegaron las reales órdenes prohibiendo las danzas y los gigantes en las sacras procesiones en tiempos del rey Carlos III (1780). Previamente el Obispo de Canarias don Fernando Suárez de Figueroa había censurado este tipo de actos en las iglesias palmeras a finales del siglo XVI, pero nunca dejaron de representarse en los festejos, aunque haciéndolo en las plazoletas y lugares públicos.

El simpático y entrañable mascarón, tradicional en las fiestas castellanas de Corpus que pasaría a Valencia y a otros lugares, había suscitado el interés y curiosidad en las cortes y círculos culturales europeos desde el inicio de la civilización occidental y que “en 1833, veinte años después de la muerte de Viera y Clavijo, iba a iniciar por sí mismo, gracias a la fe y a la creatividad de los palmeros, una nueva singladura histórica en la capital de La Palma”.

Alberto José Fernández García nos informaba de que “la noticia más antigua que hemos encontrado de la Danza de Los Enanos, nos la da el sacerdote don Celestino del Castillo Martín (1817-1874) con motivo de la real proclamación de Isabel II”. El clérigo había escrito el 27 de diciembre de 1833 que “a las ocho, además de la iluminación, empezó en las plazas y calles un graciosísimo baile de seis enanos y otras tantas enanas vestidas a la española antigua y terminó a medianoche”. Este primer documento conocido se conserva en el archivo particular del cronista de la capital palmera don Jaime Pérez García.

“Un soplo de juventud

torne a nuestro corazón

reliquia de inspiración

del tiempo aquel que se fue.

Y de la danza al compás,

nuestras antiguas gargantas

a Miriam estrofas santas

cantarán llenas de fe”.

Coro de Viejos. José Felipe Hidalgo, 1910

La investigadora palmera Hernández Pérez complementaba y ampliaba esta primera data documental con una referencia inédita hasta entonces: “a las ocho de la noche del veinte y siete empezó en la Plaza principal una graciosísima contradanza de seis enanos e igualmente número de enanas perfectamente imitados y vestidos a la Española antigua, costeados y ejecutados por varios jóvenes, bajo la dirección de Don Miguel Torres, con cuya diverción todo el Pueblo estuvo muy gustoso y entretenido hasta tarde de la noche”. Reseña documental escrita por el escribano del Cabildo palmero Manuel del Castillo Espinosa, con motivo de la proclamación de doña Isabel II como Reina de España, el 26 de diciembre de 1833. Se halla custodiada en la Biblioteca Pública Municipal de Tenerife.

“Hendido el pecho de dicho y gloria,

vibrantes himnos cante a María,

llevando un triunfo nuestra alegría

dulces cadencias hasta su altar.

Y con las palmas de cien combates,

Fieles, alcemos verde dolceles

Que, en noble ofrenda, nuestros laureles

Sus sienes castas han de nimbar”.

Coro de Guerreros. José Felipe Hidalgo, 1910.

Existe otro folleto sin firma, atribuido a José Díaz Duque y publicado en 1985, donde se dice que Miguel de Salazar y Umarán tuvo la brillante idea de la transformación con doce hombres vestidos del siglo XVII y “las enanas ya transformadas se introducían en la segunda parte”. Pérez García y Garrido Abolafia nos informan de que “don Miguel Torres Luján dirigió la primera danza de enanos, que se conoce documentalmente, celebrada con motivo de los festejos que se hicieron en Santa Cruz de La Palma para conmemorar la Real Proclamación de Isabel II, en 1833. A don Miguel Torres se unió también don Miguel Salazar Umarán en la presentación de este espectáculo…” Sin que se den más detalles ni se aporte fuente documental alguna, se afirma que fue ideada para la Bajada de la Virgen de 1835. Así, de esta feliz idea salió la representación de “unos danzantes con levita, ajustado calzón y bicornio francés”. Las enanas surgieron ante el éxito de los enanos. Fue doña Josefa Salazar Arrocha quien “presentó réplicas femeninas, aderezadas a la española, con miriñaque, mantilla, flor y peineta para tapar el secreto.”

“(...) Los enanos de La Palma, nos comenta Juan Julio Fernández, son desproporcionados, pero elegantes, algo fachendosos, pero no fanfarrones; un tanto narcisos, más petimetres. Y, por encima de todo, son simpáticos, alegres, confiados y ¡entrañables! Siguen siendo, a pesar de mostachos y perillas, y crecidas melenas, un mucho niños y un tanto locos, rendidamente entregados a la historia y al mito en esta gruta encantada que sigue siendo la isla donde la última referencia es la Virgen de Las Nieves (...)”

Miguel Martín

«La Danza de Los Enanos»

Una nueva referencia histórica tiene lugar en el periódico local El Time en 1865. Allí se comentaba que en la “Danza de este año intervinieron doce parejas de enanos de ambos sexos, perfectamente figurados”. En esa edición se contó con la dirección de Miguel Torres Luján.

Continuaron las menciones en los diferentes periódicos en sucesivas ediciones. Así, en La Palma(1875) se nos informa de que “se ejecutó la antigua danza de enanos”; en El Eco (1885): “por la noche se ejecutará la antigua y conocida danza de enanos de ambos sexos”; en El Adalid (1895) ya se menciona como uno de los números más tradicionales de las Fiestas Lustrales que recorrieron las calles y plazas de la capital un jueves 16 de abril de aquel año.